Hoy las Buenas Noches van en forma de letras en vez de en forma de notas. Para los que hoy no tienen tiempo o ganas, o simplemente olvidaron la costumbre de leer en otra mesita de noche… Os dejo con un pequeño fragmento del capítulo 93 (Como si el número tuviera algún sentido en este libro…) de Rayuela, 1963, para que el cerebro de seda tenga su ración de morera, del autor Julio Cortázar (el señor con barba que está pasándoselo pipa en la foto de cabecera).
Pero el amor, esa palabra… Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una
razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se
llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los
pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos
los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los
dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque
no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo
dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te
alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me
ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer
sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me
sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás Wright ni
Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado, y no me mires con
esos ojos de pájaro, para vos la operación del amor es tan sencilla, te curarás
antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero. Claro que te curarás,
porque vivís en la salud, después de mí será cualquier otro, eso se cambia como
los corpiños. Tan triste oyendo al cínico Horacio que quiere un amor pasaporte,
amor pasamontañas, amor llave, amor revólver, amor que le dé los mil ojos de
Argos, la ubicuidad, el silencio desde donde la música es posible, la raíz desde
donde se podría empezar a tejer una lengua. Y es tonto porque todo eso duerme
un poco en vos, no habría más que sumergirte en un vaso de agua como una flor
japonesa y poco a poco empezarían a brotar los pétalos coloreados, se hincharían
las formas combadas, crecería la hermosura. Dadora de infinito, yo no sé tomar,
perdoname. Me estás alcanzando una manzana y yo he dejado los dientes en la
mesa de luz. Stop, ya está bien así. También puedo ser grosero, fájate. Pero fijate
bien, porque no es gratuito.
¿Por qué stop? Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás
una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras,
perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te
amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos,
convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che;
en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en
elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se
pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te
deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo
creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís
la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto. Pero
estoy solo en mi pieza, caigo en artilugios de escriba, las perras negras se vengan
cómo pueden, me mordisquean desde abajo de la mesa. ¿Se dice abajo o debajo?
Lo mismo te muerden. ¿Por qué, por qué, pourquoi, why, warum, perchè este
horror a las perras negras? Miralas ahí en ese poema de Nashe, convertidas en
abejas. Y ahí, en dos versos de Octavio Paz, muslos del sol, recintos del verano.
Pero un mismo cuerpo de mujer es María y la Brinvilliers, los ojos que se nublan
mirando un bello ocaso son la misma óptica que se regala con los retorcimientos
de un ahorcado. Tengo miedo de ese proxenetismo, de tinta y de voces, mar de
lenguas lamiendo el culo del mundo. Miel y leche hay debajo de tu lengua… Sí,
pero también está dicho que las moscas muertas hacen heder el perfume del
perfumista. En guerra con la palabra, en guerra, todo lo que sea necesario
aunque haya que renunciar a la inteligencia, quedarse en el mero pedido de
papas fritas y los telegramas Reuter, en las cartas de mi noble hermano y los
diálogos del cine. Curioso, muy curioso que Puttenham sintiera las palabras
como si fueran objetos, y hasta criaturas con vida propia. También a mí, a veces,
me parece estar engendrando ríos de hormigas feroces que se comerán el mundo.
Ah, si en el silencio empollara el Roc… Logos, faute éclatante. Concebir una raza
que se expresara por el dibujo, la danza, el macramé o una mímica abstracta.
¿Evitarían las connotaciones, raíz del engaño? Honneur des hommes, etc. Sí, pero
un honor que se deshonra a cada frase, como un burdel de vírgenes si la cosa
fuera posible. […]